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Kaguya Hime

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Mensaje por Andaluz Dom Abr 20, 2008 11:51 pm

Una antigua leyenda japonesa explica que había una vez un anciano que vivía con su esposa. Un día fue a una plantación de bambú para recolectar brotes, y se encontró allí con un árbol de bambú que tenía luz en su interior. Se preguntó por qué y sintió una gran curiosidad acerca de lo que habría dentro.

Cuidadosamente cortó el bambú y se quedó asombrado al encontrar a un precioso bebé en el interior. Decidió recogerla y llevarla a su casa. Consultó con su mujer que hacer con el bebé, y llegaron a la conclusión de que era un regalo de Dios. Decidieron llamar a la niña Kaguya-Hime (Princesa de la Luz Brillante). A partir de aquel día, cada vez que el anciano cortaba bambú, encontraba oro dentro de él, no tardó en hacerse rico y construir una gran casa.

Varios años después, el bebé creció y se convirtió en una linda joven. Todo el mundo la conocía porque era elegante y hermosa. Cinco príncipes llegaron a su casa para pedir su mano en matrimonio. Ella era reacia a casarse, así que les propuso varias tareas imposibles para llevar a cabo antes de conseguir casarse con ella.

El primero quedó encargado de traer el bol sagrado de Buddha que se encontraba en La India. Al segundo príncipe se le encargó recuperar una legendaria azalea hecha de plata y oro. El tercero tenía que intentar conseguir al legendario ratón de sol que se dice que está en China. Al cuarto, una joya de colores que brillaba al cuello de un dragón. Al último príncipe, le encargó una concha/cáscara preciosa que las golondrinas guardaban como un tesoro. La princesa pidió cosas que nadie sabía que existían y estaban muy desilusionados.

Luego de esto, los jóvenes dejaron de ir por algún tiempo a la casa del viejito ya que todos estaban buscando los deseos de la princesa. Un día, llego el primer hombre y trajo la taza de Buda que la princesa había pedido, pero él no fue a India como ella lo pidió, en su lugar trajo una taza sucia de un templo cerca de Kyoto. Cuando la princesa lo vio, ella supo inmediatamente que esta no era la taza de Buda, porque aunque era muy vieja y estaba hecha de piedra, la taza que era de India siempre tenía un brillo sagrado.

El segundo no tenía idea de donde podría encontrarse una azalea de plata y oro, además no quería hacer un largo viaje y como él era muy rico, decidió ordenárselo a unos joyeros. Luego le llevó el regalo a la princesa. Era tan maravillosa que ella pensó que realmente se trataba de lo que había pedido y pensó que no podría escapar del matrimonio con este joven de no ser porque los joyeros aparecieron para preguntar por su dinero. De esta manera la princesa supo que la azalea no era la verdadero, y por tanto, no era lo que ella había deseado.

El tercero, a quién se le había pedido la piel del ratón del sol, les dio una gran cantidad de dinero a algunos comerciantes que iban a China. Ellos le trajeron una piel vistosa y le dijeron que pertenecía al ratón de sol. Se lo llevó a la princesa y ella dijo "realmente es una piel muy fina. Pero la piel del ratón de sol no arde, aún cuando se tira al fuego. Probémoslo". Y ella tiró la piel en el fuego, y como era de esperar la piel ardió en unos minutos, el joven se fue enfadado y avergonzado.

El cuarto era muy valiente e intentó encontrar el dragón por sí mismo. Navegó y vagó durante mucho tiempo, porque nadie supo donde vivía el dragón. Pero durante una jornada, fue asediado por una tormenta y casi muere. No podía buscar más al dragón y se fue a su casa. De vuelta en su hogar, se encontraba muy enfermo y no pudo volver con la Princesa Kaguya.

El quinto y último de los hombres buscó en todos los nidos, y en uno de ellos pensó que la había encontrado; pero al bajar tan aprisa por la escalera se cayó y se lastimó. Ni siquiera lo que tenía en su mano era la concha/cáscara que la princesa había pedido, sino una golondrina vieja y dura.
De este modo todos habían fallado, y ninguno podría casarse con la princesa. La reputación de la princesa era tal, que un día El Emperador quiso conocer su extraordinaria belleza. El Emperador quedó prendado de la joven y le pidió que se casara con él y fuera a vivir a su palacio. Pero la princesa rechazó también su propuesta, diciéndole que era imposible ya que ella no había nacido en el planeta y no podía ir con él. No obstante, El Emperador no pudo olvidarla y siguió insistiendo.
Ese verano, cada vez que la princesa miraba la luna sus ojos se llenaban de lágrimas. Su anciano padre quiso saber qué le ocurría, pero ella no respondió. Cada día que pasaba la joven estaba más triste y siempre que miraba la luna no podía dejar de llorar. Los ancianos estaban muy preocupados, pero la princesa guardaba silencio. Un día antes de la luna llena de mediados de agosto, la princesa explicó por qué estaba tan triste. Explicó que no había nacido en el planeta, sino que procedía de la luna, a dónde debía regresar en la próxima luna llena, y que vendrían personas a buscarla.
Los ancianos trataron de convencerla de que no partiera, pero ella contestó que debía hacerlo. Así que el anciano corrió en busca del Emperador, y le contó toda la historia, enviando éste último una gran cantidad de soldados a casa de la princesa. En la noche de la luna llena de mediados de agosto, los guerreros rodearon la casa en su intento de proteger a la princesa, mientras ésta se hallaba en el interior con sus padres esperando por las gentes de la luna que vendrían a por ella. Cuando la luna se puso llena, una inmensa luz los cegó a todos y las gentes de la luna bajaron a por la princesa, los soldados no pudieron combatir porque estaban cegados por aquella inmensa luz y porque extrañamente habían perdido las ganas de luchar.
La princesa se despidió de sus padres, y les dijo que no deseaba irse, pero que tenía que hacerlo. También se despidió del Emperador por medio de una carta. Las gentes que habían venido a buscarla colocaron sobre sus hombros una capa de la luna y ella olvidó todos sus recuerdos en La Tierra y regresó a la luna.

El desolado Emperador envió un ejército entero de soldados a la montaña más alta de Japónn el gran Monte Fuji. La misión encargada era subir hasta la cima y quemar la carta que Kaguya-Hime había escrito, con la esperanza de que llegara a la ahora distante princesa. Desde aquel día, de la cima de la montaña siempre sale fuego.
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